Dos cintas que podrían perfectamente ser las dos caras de una misma moneda. Ambas parten del deseo de crear arte, pero presentan caminos y resultados diametralmente opuestos para sus protagonistas.
Pearl (Mia Goth) vive en un mundo de fantasía, representando bailables frente a los animales de la granja de sus padres. El año es 1919 y el mundo, envuelto en la primera guerra mundial, es a la vez azorado por la pandemia de la gripe española. Pero en su mente, Pearl es parte de una fábula, donde existirá un público que la admire y adore, porque está convencida de que es una estrella.
La realidad es distinta, esperando el retorno de su joven marido (de la guerra), Pearl debe cuidar a su padre paralítico y soportar el maltrato de su madre abusadora.
Cada noche reza a dios para que la convierte en estrella. Sin embargo, no logra movilizarse para cambiar su situación, sólo espera que la magia suceda.
Un encuentro fortuito con un proyeccionista bohemio cambia la perspectiva de Pearl, quien evalúa sus opciones ante el consejo que recibe de él. “Es admirable cuidar a tu familia, pero no olvides vivir tu vida”. Su frustración sexual es saciada, y la ilusión, la conduce hacia un nuevo delirio amoroso.
Rechazando cada vez más la realidad, Pearl fantasea con la muerte de sus padres como única salida, esperando también, el fin de la pandemia para huir a Europa. Su madre, amargada por la vida que le tocó, la manipula, torturándola psicológicamente e inculcando el miedo en ella. “Las cosas no siempre son como lo deseas, debes estar preparada”.
Con estos elementos Ti West transforma su precuela, de una desechable película de terror (X), en un impresionante melodrama psicológico que le debe tanto a Bergman y
Fassbinder, como a Douglas Sirk y John Waters. Una fábula moral y sátira del momento histórico en el que vivimos.
Con la ayuda de Mia Goth (coescritora), West, sorprendentemente, entrega una de las mejores cintas del 2022. Utilizando el melodrama como recurso, y retorciéndolo hacia límites cómicos, lo hace funcionar en múltiples niveles, donde el terror es una consecuencia lógica, resultando a la vez impactante, trágico e hilarante.
En un mundo desquebrajándose, la búsqueda del entretenimiento como escape se agudiza. Una mente inestable que “sólo quería ser amada”, unos padres que circunstancial e intencionalmente le cortan las alas y una puerta que se cierra irrevocablemente, crean la tormenta perfecta para engendrar un monstruo imparable.
Al otro lado del espectro se encuentra Los Fabelman de Spielberg, una autobiografía que revela el verdadero secreto detrás del surgimiento de uno de los directores más populares de los últimos cuarenta años.
Spielberg plasma en su autorretrato que no fue necesariamente un genio innato o poseedor de un virtuosismo sobrenatural para la creación cinematográfica. Su secreto radicó en una madre que lo adoraba y que le celebró sus intereses desde el inicio, impulsándolo a cultivar su talento,
constantemente.
Después de ver su primer cortometraje, realizado cuando era aún un niño, Mitzi (Michelle Williams), su madre, le dice a Sammy “¡Más, más, más! Ese fue el espectáculo más maravilloso del mundo”.
Spielberg retrata el drama de su separación familiar, mientras revela el origen de la mayoría de sus tropos, familias divididas, niños exploradores paseando en bicicletas por vecindades suburbanas, emotividad exacerbada; todos ellos, constantes ingredientes de su filmografía.
Un tío artista, es el que hace a ver a un Sammy adolescente, su esencia, y el conflicto en su interior. “El arte y la familia. Te partirán en dos. Amamos a nuestra familia, pero estamos locos por el arte. Somos adictos y el arte es nuestra droga”.
Creando Sammy descubre el inmenso poder del cine como maquina generadora de mitos, capaz de engrandecer al más pequeño de los hombres, convirtiéndolo en héroe invencible
Y como tal, siguiendo el consejo materno, Sammy/Spielberg forjó su propio mito. El cineasta dorado e infalible.
“Debes hacer lo que el corazón te diga, para no deberle tu vida a nadie”.
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